Un jarro de agua fría en invierno
Mira, no os acostumbréis a esto porque no lo estoy haciendo ni yo. El caso, esto iba a ser un pequeño flashback de dos párrafos pero como lo otro... pues se me ha ido de las manos y voilá.
Mamá
me había obligado a salir de casa, más bien a salir de la cama, entre que
estaba todo el tiempo muy cansada y que lo único que quería hacer era estar ahí
metida, prácticamente vino a sacarme arrastra para ir a comer allí. Preparó a
Brigitte y me sacó la ropa a mí también
como si tuviera la misma edad que mi hija.
Así
que finalmente fuimos a comer al Refugio. Mamá hizo un estofado de carne,
patatas y verduras, Brigitte lo tomó en forma de puré, y hasta me animé para
preparar el postre con ella. Hicimos una tarta de frutas. Con Brigitte había
tenido antojo de queso y miel a todas horas, pero este embarazo me estaba
sacando mi parte más golosa. Solo quería dulce, más bien chocolates, o
galletas, o algún tipo de tarta, lo que se me pusiera por delante que tuviera
azúcar. Oh, y no nos olvidemos de las fresas con chocolate, de tan solo
pensarlo se me hacía la boca agua de nuevo.
Papá
le dio de comer a Brigitte, adoraba a su abuelo y a él se le caía la baba
constantemente con su nieta. Cuando Louis terminó de preparar la mesa fue a
abrir la puerta, Dominique acababa de llegar de su último viaje, había estado en
Croacia por el último partido, y ahora iba a pasar unos días en casa. Saludó a
todos con un abrazo, menos a mí, ambas nos hicimos las locas, yo terminando de
preparar la tarta y ella con que tenía que ir urgentemente al baño. Creo que ni
siquiera miró a mi hija, pero tampoco quería preocuparme mucho por ello, suerte
que estaba de espaldas para no saberlo con seguridad.
Mamá
le preguntó por su viaje, y ella comenzó a relatar todas las cosas que le había
pasado, como habían ganado el partido, los sitios que había visitado y hasta
los regalos que le daría luego. Claro, sin mí. ¿Cuándo se había enfriado tanto
nuestra relación? ¿Dónde quedó esos días donde se venía a mi cama cuando había
tormenta? ¿O cuando por los pasillos de Hogwarts íbamos juntas muertas de risa
por lo que había pasado en la clase ajena?
Con
un suspiro, coloqué la cesta de pan en mitad de la mesa y me senté al lado de
papá, que seguía con Brigitte en brazos.
—Trae,
yo la cojo, estoy acostumbrada y podrás comer mejor.
—Oh
no, no es molestia ninguna, si es una santa.
Sonreí
mientras me acerqué para colocarle bien la pinza del pelo que ya se le estaba
resbalando. Lo tenía tan rubio y fino que era imposible casi sujetárselo con
algo a no ser que fuera una diadema.
—¿Quiegues que haga la tagta de chocolate? ¿Cgees que se la comegá?— Mamá seguía hablando con su acento francés, después de
tantos años en Inglaterra no le había cambiado ni una pizca.
—Oh
sí, me temo que la estoy mal acostumbrando y ahora le está gustando más. De
todas formas haré yo algo también. Creo que galletas, últimamente solo hago
galletas.
Me
encojo de hombros y me aparto los pelos que se me han revuelto delante de la
cara por culpa de Louis que ha abierto una ventana para que entrara algo de
aire.
—Tenemos
que ir aún a por su regalo. ¿Qué crees que querrá? — preguntó papá mientras se
servía un poco de zumo de calabaza.
—Cualquier
cosa, no hace falta que le compréis nada, es demasiado pequeña para que se dé
cuenta.
—Tonterías,
ya pensaremos algo tu madre y yo.
El
sábado era el cumpleaños de Brigitte, dos años iba a cumplir ya, y entre todos
decidieron que se iba a celebrar su cumpleaños en mi casa. Aunque Teddy no
estuviera, la niña tenía que seguir con su vida normal, además de que no se
daba cuenta de lo que pasaba a su alrededor. Y aunque yo dijera que no, se
presentarían todos de todas formas.
Ya
había pasado dos semanas de más desde que Teddy no estaba. Solamente tenía que
haber pasado dos semanas fuera por el trabajo, pero desde que los últimos días
no recibía ninguna carta suya es cuando empezó la cosa a oler mal. Un día lo
dejé pasar, quizás le surgió algo de improvisto, o tuvo que salir antes de
tiempo. ¿Pero dos días? No, Teddy no pasaría dos días sin escribirme. Ahí fue
cuando me alarmé. Todos intentaron calmarme pero yo sabía que algo no iba bien.
La semana siguiente le escribí cartas todos los días, pero no obtenía respuesta
ninguna. Y ahora… ahora ya no sabía que pensar.
Comenzamos
a comer, Dominique seguía relatando todo tipo de sucesos. Ahora tocaba como
había esquivado a la guardiana del equipo contraria y como la tiró de la escoba
cuando estuvo a punto de agarrar una quaffle. Un suceso desde luego súper
interesante, como si no nos contara siempre como habían sido todos sus partidos
de Quidditch.
Tuve
que parar un instante, dejando la cuchara a mitad del camino cuando me la iba a
llevar a la boca. Creía que había sentido mal, pero no, ahí estaba el bebé
dando su segunda patada. Me mordí el labio inferior, ocultando una sonrisa
mientras mi hermana seguía hablando.
—¿Estás
bien cagiño?
—Sí,
sí, no pasa nada.
Con
disimulo, me llevé la mano a la tripa, en este último mes me había crecido un
montón, ya estaba cerca de los cuatro meses y medio y hasta ahora el bebé no se
había manifestado en referente de movimientos.
Seguí
comiendo tranquilamente y en cuanto terminé el plato me eché hacia atrás,
descansado la espalda en el respaldar de la silla y acariciándome la barriga
con ambas manos. Era una costumbre que había cogido ya y ni siquiera me daba
cuenta de cuando lo hacía.
Louis
fue el último en terminar, para variar, y en cuanto lo hizo, nos levantamos
ambos para recoger los platos sucios y poner unos limpios para la tarta.
Brigitte
se había quedado dormida sobre el hombro de papá, y si la movía ahora se
despertaría y no conseguiría dormir a no ser que le cantara.
Mamá
sacó la tarta recién hecha del horno, y mientras, esperábamos a que se
enfriara.
—¿Ha…
habido alguna novedad de él, cagiño?
— me preguntó mamá con todo el tacto del mundo mientras me acariciaba una mano.
Agaché
la cabeza y negué con esta. Tragué saliva, no quería ponerme a llorar de nuevo,
y menos delante de mi hermana, no soportaría ver como se reiría seguramente de
mí.
—A
lo mejor te ha abandonado.
Sus
palabras fueron como un jarro de agua fría en pleno invierno. Levanté la cabeza
lentamente y me quedé mirándola fijamente. Si hubiera podido, mis ojos la
hubieran partido en dos, la hubieran petrificado como si de Medusa se tratara o
la hubiera fulminado si tuviera algún tipo de poder extraño. Conté hasta cinco,
los cinco segundos más largo de mi vida. Todos se habían quedado en silencio y
todos la miraban fijamente. Como si nada, me levanté, apoyé una mano en la mesa
para inclinarme hacía ella, y con la derecha le atravesé la cara con una
bofetada.
Esta
sonó como si un plato se hubiera estrellado contra el suelo. La palma de la
mano me picaba a rabiar, pero no había punto de comparación con la satisfacción
que sentía en ese momento por dentro.
Mamá
gritó llevándose las manos a la boca. Nadie dijo nada, miré durante un momento
a Dominique. Tenía la mano en la mejilla, toda esa parte se le había puesto
roja, ella tampoco abrió la boca. Pero pude notar en su mirada un toque de
diversión por su parte, retándome con esta.
No
me habló para nada desde que llegó, ni siquiera me saludó, y lo que me dijo fue
esto. Esto.
Retiré
la silla hacia atrás, y con cuidado le quité a mi padre de encima a Brigitte,
me la eché al hombro e intenté calmarla porque comenzó a llorar por haberla
despertada. Sin decir nada, salí por la puerta de la cocina. Al cerrar la
puerta de un portazo, pude oír a mamá decir sin alterarse: ‘’Te lo has megecido, Dominique’’.
Al
oír eso, en vez de sonreír, o reírme a carcajadas por la situación, lo único
que pasó fue que mis ojos se llenaron de lágrimas. Y comencé a llorar en
silencio mientras intentaba calmar a mi hija que lloraba también sobre mi
hombro, pero por haberla despertado.
Al
llegar a casa, subí directa a su habitación. Me senté en su cama y la acuné
mientras cantaba una canción en francés, la misma que nos cantaba mamá a
nosotros de pequeños. Y poco a poco volvió a quedarse dormida, le di un beso en
la frente y la dejé en su cama arropada. Tras eso, subí a mi habitación, me
quité los zapatos llenos de arena y sin desvestirme, me tiré a la cama,
abrazada a su almohada, aspirando su olor y llorando sin poder parar.
No
sé cuánto tiempo pasó exactamente hasta que apareció mamá. Oí como subía los
escalones y al entrar en la habitación se sentó a mi lado, colocando mi cabeza
en su regazo y acariciándome el cabello.
—Shh…
No queguía deciglo en segio, cagiño.
—Sí,
sí que quería — dije entre hipidos.
—Shh…
—¿No
va a volver verdad, mamá? Teddy no va a volver.
Con
un movimiento, me abracé más fuerte a su almohada, ahogándome en mis propias
lágrimas, que no paraban de salir y no sabía cuándo iba a poder parar.
Notaba
las manos de mi madre una y otra vez en mi cabello, intentando tranquilizarme y
apartándome los mechones pegados por las lágrimas. Tardó un rato en
contestarme, en realidad no lo hizo, tan solo me dijo:
—Venga,
he tgáido tagta, y sé que quiegues comegla.
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