Black is elegancy

Mamá siempre decía que teníamos que ser muy elegantes y perfectas. Que la elegancia era todo. Que Black es elegancia. Y como buena Black no podía dejar pasar nada. Mamá era muy severa con nosotras, desde pequeñas nos enseñó buenos modales, nos enseñó protocolo y nos enseñó a portarnos bien, a portarnos como Blacks

Al ser la primera no hubo ningún problema si me saltaba de vez en cuando las normas, pero si lo hacía en un mal día… Mejor no conocer lo que venía luego. Aún recuerdo la regla que siempre estaba sobre la chimenea de nuestro cuarto, recordándote que no debías de portarte mal, saltarte las normas o peor aún, ensuciarte el vestido. 

Cuando vino Andrómeda, los primeros meses pasé más desapercibida, todos tenían la mirada puesta en la nueva cosa redondita que siempre estaba calladita. Tan solo lloraba cuando quería comer, y eso, algunos lo veían adorable. Yo me acercaba a su cuna, hacía sonar el sonajero y de vez en cuando Meda me regalaba una pequeña sonrisa.

Mientras todos adoraban a la nueva criatura, yo podía ser un poco más libre, pero cuando fue creciendo, mamá ya nos obligó a vestirnos igual, a hacer casi todo igual y a comportarnos igual. No podíamos hablar cuando no nos correspondía delante de personas, siempre rectas y calladas. Pocas veces nos dejaba cogernos de la mano. Tan solo podíamos ser nosotras mismas cuando estábamos en nuestro cuarto jugando. Las horas de libertad en esa casa eran escasas. 

Cuando nació Narcissa, todos adoraban a la pequeña rubia de la familia. La más dulce e inocente decía papá. Yo era el ojito derecho de papá, pero dejé de serlo, solo en pequeñas ocasiones me trataba igual que antes. Pero eso no cambió el hecho de que adoraba a mi hermana. De pequeña era más divertida que Meda, y Cissy se reía más con cada tontería que las dos le hacíamos. 

Cuando cumplió tres años, mamá se volvió duramente severa con nosotras. En una semana ya sabía todos los cubiertos que tenía que usar. Yo comencé a asistir a clases más usualmente, era la única hasta que Meda cumplió un poco de más edad. Y cuando las tres ya éramos lo suficiente mayores para lo que mamá creía, todo cambió. 

El ballet fue mi asignatura obligatoria. Tenía que aprender la elegancia de los movimientos, siempre se trataba de la elegancia. El tiempo en el que los realizaba, el movimiento justo que los hacía, y la delicadeza de cada postura. Aún recuerdo todas las horas que le dediqué al ballet. Mamá no se cansaba nunca de ordenar, y en mí, parecía que tenía especial interés.

A Meda le tocó la música. Era bastante buena con el arpa, me encantaba pasar horas a su lado mientras leía y me perdía con la música que sus dedos creaban. Para Cissy fue la pintura, papá le dedicó horas y horas, y papá casi nunca pasaba tiempo con nosotras. Pero después de unos años, Cissy sabía manejar la brocha de maravilla, con unos movimientos suaves y sutiles.

Al cabo de unos años, todas hacíamos lo que se nos había asignado a la perfección. Si no lo hacíamos, la regla volvía a su sitio, a la mano de mamá. Y yo podía soportarlo, siempre lo soportaba, con los dientes apretados y sin una lágrima para derramar. Pero cuando oía los llantos silenciosos de mis hermanas… Eso sí que no lo soportaba, y la furia crecía dentro de mí. Mamá la alimentaba lentamente, cada vez que la regla estaba en su mano y acababa en los cuerpecitos delicados de mis hermanas.

Mamá nos alimentó, con elegancia, paciencia y parsimonia. Mamá quería que fuéramos perfectas, y quizás para sus ojos lo éramos. Pero por dentro, por dentro estábamos rotas, delicadamente por culpa de la elegancia de los Blacks.


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