Una sorra de prueba

¡Buenas! Digamos que me he tomado este mes de agosto de vacaciones y que no he hecho nada, porque es la verdad y bueno, solo he escrito esto y un par de cosas más que... Que no he hecho nada vaya. Y no tengo intención de abandonar esto de nuevo, solo que me meto en mil cosas, me agobio y no hago nada bien, pero de verdad que quiero seguir con esto. Podéis acosarme libremente para que siga, es más, será de ayuda. Así que bueno, aquí os dejo la prueba que hice de la carazorra aka foxface para el rol en el que estoy y volvemos con unos segundos juegos del hambre. ¡Besitos de bayas!


Impaciente, muevo el pie contra el suelo, estoy demasiado nerviosa para esto. Nunca antes había estado así, siempre había sido coser y cantar en las pruebas. Estaba segura de mi misma, sabía de lo que era capaz y de lo que podía demostrar. Pero había algo esta vez que lo hacía un poco diferente. ¿Quizás los últimos juegos? ¿El saber que Clove no venía conmigo y se quedaría en casa con los niños? Por lo menos tengo a alguien que los va a cuidar.

−Finch. Distrito cinco− suena por el altavoz de la sala de espera.

Me pongo tensa y me levanto despacio para ir hacía la puerta. Nunca me gustaba cuando decían mi verdadero nombre.

Una vez que entro en la sala oficial de la prueba, muestro una sonrisa hacía los vigilantes, que se encuentran sentados en sus sillones, bebiendo líquidos de colores para variar.

−Buenas. Foxface, distrito cinco.

Me detengo un segundo para observar la sala, aunque ya la conociera de sobra. Pero aún estaba algo insegura con lo que iba a demostrar, y sabía que el tiempo aquí era oro. Por una parte, tenía claro lo que iba a hacer, pero lo dejaría al final, para sorprenderlos igual que me sorprendí yo a mi durante la caza, que se me dio mejor de lo que me esperaba. Quitando la parte de Manny Manitas, claro.

Voy hacía la mesa donde están las plantas y comienzo a hablar mientras me coloco unos guantes, cojo el mortero y empiezo a preparar algo con mis queridas plantas.

−Veréis, la última Arena estaba algo… muerta, respecto a la vegetación. Y esperando a que la siguiente no sea así, espero poder demostrar algo más de mi sabiduría sobre las plantas. Como sabréis, trabajaba en la tienda de medicina de mis padres, después de que mi madre falleciera, me hice cargo de esta junto a mi padre. Y aprendí más de lo os imagináis. Así que si sois tan amables de prestar atención…

Me quito los guantes para dejarlos a un lado. Mientras había estado hablando, había hecho un mejunje del estramonio y aconitum napellus.

−No sé si habéis visto lo que he estado haciendo, pero os lo resumiré en un segundo. Mientras hablaba y estaba aquí parada, he troceado un poco de estramonio, el cual te causa: dilatación de las pupilas, ritmo cardíaco acelerado, alucinaciones, delirio, comportamiento agresivo, coma y convulsiones. Dicen que se usaba para el vudú y la brujería, pero seguro que también me resulta útil en los juegos si puedo encontrarlo.

Voy hacía el puesto para hacer fuego, y cojo un par de piedras pequeñas. Luego me dirijo hacía el puesto de los cuchillos y cojo otro par de estos, para finalmente volver a la mesa y terminar la primera parte de lo que pensaba hacer. Envuelvo las piedras en el estramonio y sigo hablando.

−También he cogido algo de aconitum napellus, más conocido como acónito común. Según los libros que había en mi casa, los nazis lo usaban para envenenar balas, y también se usaban en las flechas para matar a los lobos. Con tan solo tocarla puede ser peligroso, pero consumirla causa quemaduras en la boca, salivación, vómito, diarrea, irregularidades cardiacas, coma y, a veces, la muerte. Que espero que sea este último, el caso en la mayoría de mis queridos compañeros tributos. Quién sabe si un día se encuentran alguna sorpresa mía como regalo para comer. Junto a las bayas claro, nunca hay que olvidarse de las bayas…

Con una exageración, me llevo la mano al pecho poniendo los ojos en blanco. Había untado el acónito en dos pequeños cuchillos. Me pongo de nuevo unos guantes limpios, porque no quería tocar ninguna de esas sustancia durante la prueba para salir yo mal parada, tampoco era tan tonta para eso. Meto los cuchillos en los laterales de mis botas y agarro las piedras envueltas en el estramonio. Cojo un tirachinas y me lo engancho en la muñeca con la cuerda, para salir corriendo hacía la pared de enfrente donde había un red.

Siempre había que recordarle a los vigilantes, algunas de todas las habilidades que tenía. Una vez que llego a la red, la trepo en unos pocos segundos, para llegar a la otra red del techo y trepar boca abajo por esta. Me sitúo en medio de la sala, y del suelo, salen dos maniquís. Preparo el tirachinas y coloco una piedra, lo tenso y apunto hacía uno de los hombros del maniquí. Tiro.

La piedra le ha hecho un hueco, y eso en un humano, al haberle alcanzado el interior de la piel, y la sangre, ya estaría en el suelo retorciéndose con convulsiones para llegar al coma, y a la muerte.

Hago el mismo procedimiento para el otro, y al tirar, le da justo detrás de la rodilla, con la idea de que alguien se doblara y cayese ya para ir justo detrás todas las causas por la planta.

Salen dos maniquís más y me quedo enganchada de tan solo los pies, agarro los cuchillos de las botas y finalmente me suelto para dar una voltereta en el aire. Mientras la doy, lanzo los cuchillos, uno para cada maniquí. El primero le da de lleno en la cabeza a uno, y el otro en la pantorrilla al otro. Justo donde quería.

Sobraba decir lo que pasaría si hubieran sido humanos, esperando a que se lo imaginasen después de toda la charla que había soltado antes. Me quito otra vez el par de guantes que me había puesto, que ya no corría peligro, y sería más fácil usar el arma sin ellos.

Como si nada, voy hacía los paneles donde están las armas afiladas, de fondo puedo oír como los maniquís se retiran. Sonrío al ver una katana colocada perfectamente arriba del panel. Me había gustado usarla en la caza y no nos engañemos, no se me había dado tan mal.

Alzo el brazo para cogerla y la sostengo unos segundos en mi mano, evaluando el peso en ella. Giro la mano con el mango en esta, era ligera como una pluma. Doy un par de pasos atrás y extiendo el brazo, sintiendo como si fuera una extensión del mío propio. Perfecto.

Me coloco en medio de la sala, los maniquís comienzan a salir, rodeándome por todos lados. Coloco los pies en posición y agarro la katana con ambas manos. Con un grito comienzo a moverme, partiendo cabezas, brazos, piernas, y torsos por la mitad de los muñecos. No sé con exactitud cuántos me han  puesto, pero cuando termino, puedo contar alrededor de diez, con sus extremidades y demás, partidas por el suelo. Me giro lentamente para ver a los vigilantes y tiro el arma al suelo. Agarro con un par de dedos un mechón pelirrojo que se ha salido del moño trenzado que llevo, y lo coloco tras la oreja.

Doy una pequeña inclinación de cabeza ante los vigilantes que seguían bebiendo y hablando entre algunos y con zancadas evitando no caerme con las cosas tiradas por el suelo, salgo de allí.

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