Falling in love


Aparqué el coche frente a la casa. Había salido antes del trabajo porque no me encontraba bien. Sentía un hondo agujero en mi pecho  y no podía respirar, sabía que algo no iba bien. Subí las escaleras del porche y cuando fui a abrir la puerta ya estaba abierta. Entré y se me cayó el alma a los pies. No. No. No. No podía dar crédito a mis ojos. Allí estaba tumbado boca arriba con sus ojos verdes mirando a la nada y un gran charco de sangre a su lado que le salía del pecho. Me arrodillé a su lado  sin saber qué hacer y me quedé mirándole. Le acaricié la cara por última vez y salí de casa.
¿Y ahora qué sentido tenía todo? Ninguno. ¿Para qué vivir si tu vida había muerto? Cuando te sentías en un laberinto sin salida. Una habitación siempre oscura.  Y lo peor de todo, que tu ya no significabas nada.
Me  adentré en el bosque, cayéndome de vez en cuando con otras ramas y cosas que había en el suelo, rasguñándome las piernas y los brazos, oliendo la sangre que salía de mis heridas. Heridas con dolor, dolor que ya no tenía ningún sentido alguno.
Recordé aquellas noches que habíamos pasado juntos, la primera vez que me besó. Cuando me daba aquellos sustos siempre de broma. Cuando iba  a mi casa y se subía al árbol para meterse en mi cuarto sin que se dieran cuentas mis padres. Cuando me preparó una cena en medio de un prado precioso. Y cuando anoche me besó apasionadamente como si fuera una despedida, como si supiera que algo iba a pasar.
Llegué al gran acantilado donde varios metros abajo había  un gran mar revuelto que lanzaba sus grandes olas como si fueran grandes manos para agarrarme y nunca soltarme.
Me puse al borde del acantilado y miré para abajo. Recordando cómo sus labios se acoplaban a los míos  y nuestras bocas se unían cómo si fuera solo una. Recordando cómo sus manos acariciaban  mi cabello rubio para luego ir por todo mi cuerpo. Una lágrima se desbordó por mi mejilla. Y no, no podía llorar, él no hubiera querido. Y en mi mente surgieron esas palabras que él me escribía cada noche en una carta. ¿Cuántas veces me había dicho te quiero o te amo? ¿Cuántas veces me había dicho lo guapa que era? ¿O cuantas veces me había regalado rosas rojas? Todos aquellos recuerdos quedaban ahora muy, muy atrás. Recuerdos maravillosos, inolvidables, recuerdos lejanos, ahora.
Saqué un pie fuera del acantilado y cerré los ojos dejándome caer. Estaba volando. La sal del agua penetraba por mi nariz. Y miles de aguja frías como el tempano se  clavaban en mi piel. Sumergiéndome en una gran profundidad oscura. Y entonces lo vi, estaba a unos metros de mí sonriéndome y estirando la mano. Sus ojos verdes desprendían alegría. Le sonreí y también estire mi mano para reunirme con él.

Share this:

,

CONVERSATION

0 comentarios:

Publicar un comentario